Thursday, December 11, 2008

Amor

Cuando Amapola lo miró a los ojos y le dijo, una vez más, que esa relación ya no funcionaba, en ese mismo instante, sin que pasara nada extraordinario o sin que hubiese variado siquiera el tono de su voz; Francisco pensó que era cierto.

Una punzada, tan pequeña como la de un alfiler, tan dolorosa como una estocada.

La senda simple del tiempo la convirtió en una pena inconclusa; una llaga que con cualquier contacto sangra. Y caminaba por la calle sintiéndose enfermo con una dolencia indecisa causada por ese amor que se el escapaba sin entender por que. ¿Alguien percibiría sus sufrimientos? Alguien podría darse cuenta de que todo en él era una impostura: su sonrisa, sus palabras, sus movimientos, el pulso, la respiración. Tras sus pasos goteaba sangre que trachaba sobre el suelo el dibujo de su malograda felicidad.

Acaso aquellos que pasaban a su lado estarían lastimados; descubrió los síntomas. Una desesperación moderada, la perdida discreta del liquido vital. Una indescifrable inquietud, un desasosiego jovial. A veces era imperceptible, parecía un achaque más… Era la vejez. Parsimoniosa, lánguida, lenta. desgarra, destroza, desagua.

Es la única herida mortal.

Sutilmente; disfrazada y cubierta por la costra de pretensiones de olvido, dejará caer la última gota de savia.