Sunday, June 13, 2010

Inmóvil.

Si fuera otra no estaría con este sentimiento. Pero soy como el caritativo que necesita al enfermo. He puesto todo lo que tengo en tu balsa y cuando te vas me quedo sin nada. Las manos sobre las caderas en un ademán que se parece a la impaciencia. Los parpados arrugados sobre los ojos para forzarlos a que te encuentren. Pero no estas. Las aguas de la laguna están tan quietas, tal vez, un ave de vuelo aletargado me habla del tiempo.

Los aromas de la hierba húmeda, la tierra húmeda, que se deja aplastar por la suela impaciente que avanza. Una hierba que flota sobre el lodazal. El camino: esas imperfecciones sobre el piso, la hierba que se ahoga.

Me gustaría resistirte. Ser como el pavimento, firme. Como las manos en la cadera de hueso puro. El cielo de nueves ha dejado una mancha azul muy fría. Nubes blandas húmedas que huelen a tormenta. Estoy cansada de que el barco me deje, aquí en esta orilla. Cada vez mas vana. Cada vez. Los oídos atosigados de pronósticos celebran la calidad del escribano. Versos memorables que te lo dijeron, me lo dicen. Pero la luz no me deja buscarte. Es el blanco de la nubes, es el azul que no deja que me funda entre la lechosa tarde. Es finalmente esta laguna donde no hay corrientes, donde el agua esta estancada. Nunca llegaré al mar, nunca a un río. Condenada a estas pocas aguas. Llorar para aumentarlas. Tal vez las nubes. Tal vez yo. Pero no importa, estas se podrirán y los peses se ahogaran entre el barro que será la gelatina infame que embriague sus branquias. Los ojos brillantes serán lo único limpio. Y ya ni yo ni la lluvia. Solo un cuchillo.